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Las cuatro ‘C’ de la innovación

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Por SAMI MAHROUM*

Hoy en día, prácticamente todo el mundo está de acuerdo en que la innovación es una de las bases fundamentales de un crecimiento económico sostenible. Los resultados a los que da pie son un impulso importante para la productividad de largo plazo de una economía, ya sea en la forma de cambios abruptos o como avances graduales de productos, servicios y modelos de negocio. Además, la innovación es necesaria no solo para las economías desarrolladas, sino también para los mercados emergentes, que cada vez se benefician menos con simplemente imitar las mejores prácticas de las economías desarrolladas. Pero, si bien todo país necesita innovar, no en todos los mercados funcionan los enfoques más exitosos.

Clayton Christensen, de la Escuela de Negocios de Harvard, identifica tres formas generales de innovación que fortalecen a las empresas (y, por ende, a las economías): pueden ir haciendo cambios graduales a productos que ya existen, ganando en competitividad en segmentos de mercado que ya poseen. También pueden lanzar productos, como el emblemático Walkman de Sony o el iPhone de Apple, que crean nuevos segmentos de mercado, o desarrollar uno (como la electricidad, el automóvil o un motor de búsqueda de Internet) que represente un avance tan radical que vuelve prácticamente obsoleto a todo un sector o modo de hacer negocios.

El reto para los Gobiernos es encontrar formas de estimular a personas o empresas, de manera que desarrollen tipos de innovación que apuntalen el crecimiento económico. Gran parte de la investigación en este ámbito está marcada por la influencia de Michael Porter, de Harvard, y sus “estudios de clústeres”, que por lo general se centran en mejorar la productividad en economías emergentes y regiones de economías avanzadas donde hay un potencial de desarrollo desaprovechado. Como resultado, en las últimas dos décadas la atención de los encargados de diseñar políticas ha pasado de tratar de comprender los llamados “tigres” de Asia a recrear los clústeres exitosos de Silicon Valley, la Route 128 de Boston, el Hsinchu Park de Taiwán, la Daedeok Science Town de Corea del Sur y el Silicon Wadi de Israel.

Sin embargo, estos clústeres a menudo tienen atributos que no es posible reproducir en otros lugares. Se puede sostener que los logros de Silicon Valley tienen relación con una tradición cultural específica y única, más que con una política de gobierno (si bien el Gobierno ha impulsadoindirectamente algunos de sus emprendimientos más exitosos). De manera similar, en muchos países sencillamente no es posible la intervención estratégica temprana del Estado (que incluye planificación, subsidios y propiedad pública), subyacente a los modelos de crecimiento impulsados por la innovación en Israel, Corea del Sur y Taiwán.

Afortunadamente existe una tercera vía, evidente en numerosas experiencias exitosas en Europa, Asia, Oriente Próximo y otras regiones que no han tenido ni apoyo estatal ni han ocurrido dentro de una cultura de negocios particularmente creativa. Piénsese en Skype, la empresa de telecomunicaciones de Internet, creada en Estonia; el juego “Angry Birds” de Rovio, ideado en Finlandia; el sistema de navegación GPS TomTom, desarrollado en Holanda; Navigon, otro sistema de navegación y SoundCloud, un servicio de descargas de música, ambos de Alemania; Maktoob, un proveedor árabe de servicios de Internet y Rubicon, una próspera compañía de animaciones para la educación, ambas fundadas en Jordania, e Infosys y Wipro, dos de muchos emprendimientos tecnológicos exitosos de India.

Al estudiar estos y otros casos, la Iniciativa de Innovación y Políticas de la Insead ha identificado cuatro factores (las cuatro “C”) que sientan las bases para la innovación y el emprendimiento en tecnología: Costos, Conveniencia, Calibre y destrucción Creativa. Para alcanzar el éxito, las empresas deben ser capaces de combinarlos ya sea en un solo país o en varios mercados.

Por ejemplo, Niklas Zennström y Janus Friis salieron de Suecia y Dinamarca, respectivamente, para desarrollarse en una Estonia económica y rica en talentos para crear Skype. Así, el pensamiento creativo-destructivo de los dos escandinavos se combinó con el ambiente poco costoso y favorable al espíritu empresarial que existía en Estonia.

Los fundadores suecos de SoundCloud, Alexander Ljung y Eric Wahlforss, decidieron que estaban mejor en la barata Berlín, en el corazón del mundo musical alternativo de Europa. De manera parecida, Samih Toukan y Hussam Khoury, creadores de Maktoob (hoy propiedad de Yahoo), fueron capaces de combinar la ventaja comparativa de los talentos creativos y los bajos costos de Jordania con la calidad y la conveniencia de la infraestructura y las redes de negocios de Dubái.

En algunos casos lo abrumador de las ventajas de uno o más de estos factores resulta decisivo. El calibre de las redes locales, la fuerza de trabajo y la infraestructura de Finlandia se impuso sobre la preocupación que, para los fundadores finlandeses de Rovio, implicaban los altos costos y la poco conveniente ubicación de su país, por lo que decidieron desarrollar su nuevo emprendimiento desde allí, de todos modos.

Sin embargo, en un mundo globalizado y móvil, cada vez más emprendimientos innovadores verán que pueden eludir las limitaciones de un país cambiando a otro lugar la totalidad o parte de sus recursos. El reto para los Gobiernos es mejorar esos factores menos móviles de la innovación (costos, calibre y conveniencia) para atraer, conservar y estimular a los capitales de libre circulación y a las personas que demuestren ser más creativas.

*Sami Mahroum es director académico de Innovación y Políticas en el Insead.

Fuente: La Nación del 12 de noviembre de 2013, sección Opinión, Foro.


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